Cada vez que veo una ardilla correr delante de mí, me viene a la mente una palabra: grácil. Y justo hoy he pensado que grácil es una mezcla perfecta entre gracia y ágil. Porque se puede ser ágil, pero sin gracia. Y la ardilla tiene las dos cosas. Contenta con mi descubrimiento, he ido a corroborarlo con la RAE. Para ésta real academia, grácil es algo "sutil, delgado o menudo". Vuelvo a discrepar con la RAE: aunque ayuda, no todo lo sutil, delgado o menudo, es grácil. Una hormiga es delgada y menuda, y no es grácil. Esa definición no recoge en absoluto lo que representa algo grácil, y mucho menos a mi ardilla.
Por otra parte, me he fijado, y no soy la única que mira a las ardillas (es decir, no se trata de una admiración pasajera como recién llegada a Montréal. También los 'autóctonos' se quedan encandilados viéndolas correr y trepar a los árboles como si nada). Esos movimientos ágiles y graciosos, unido a mi miopía, hace que me parezcan animales preciosos. No lo son tanto. Recuerdo que el año pasado vi una de cerca, cuando del árbol saltó a mi balcón y se asomó por mi casa. Qué mal lo pasé. De cerca era una rata. Y es que hay una gran discriminación estética con los animales.
Es curioso: parece que la humanidad por fin está de acuerdo en algo: una rata es fea, una gatito es bonito, un caballo es majestuoso, una hiena, es una desgraciada (véase aquí un ejemplo de un animal, que por muy ágil que sea, no tiene gracia: una hiena no es grácil). Es como si los criterios de belleza en el reino animal fueran en cierto modo universales. Una cucaracha puede incluso ser comida, pero nunca será admirada por su belleza.
Y si lo piensas, ¿qué diferencia a una ardilla de una rata? ¿la cola?
En fin, en cualquier caso, me alegro mucho de que no sean las ratas, sino las ardillas, las que andan correteando por las calles.
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