El hombre que no sabía llorar
El
hombre que no sabía llorar
sabía
beber el llanto de los ojos ajenos,
acunar
los sollozos, acallar los gemidos,
mecer
los pálpitos,
mimar
las lágrimas;
adormecer
con nanas los espasmos.
Los
afluentes de agua salada que transcurrían por las mejillas
desembocaban
en un océano de cabellos
y
se filtraban hacia un subsuelo de piel y otros desencantos.
El
hombre
que
anhelaba dulcificar los mares
se
preguntaba qué tipo de líquido había dentro de sus cuencas
y
se medía la temperatura del rostro
buscando
glaciaciones y otras catástrofes
que
le explicasen por qué, siendo de hielo,
tenía
la mirada congelada,
pero
el corazón caliente de besos.
y
los labios ardientes de consuelo.
Con
ellos cantaba “boys don’t cry”
y
quería evitar riadas de duelo,
lagunas
de angustia,
mareas
de desamparo,
pero
no sabía cómo provocar la sequía entre los párpados.
Quería
aprender a llorar para combatir agua con agua.
Al
no lograrlo, buscó
la
empatía entre sus dedos,
y
encontró en sus palmas la conexión con la tristeza.
El
hombre que al tocar lloraba
apretaba
cinturas hasta exprimir la pena.
El
hombre de ojos sin lástima,
se
lastimaba pensando que no sabía llorar
pero
sí sabía que por él lloraban.
El
hombre que no sabía llorar
(tampoco) supo sonreír
a tiempo.