Me acabo de acordar de una historia de mi infancia. Tendría yo unos 10 años cuando mi tío Luciano y mi tía María Amparo me llevaron a la feria. Mi tío se puso a jugar en uno de esos puestos de canastas de baloncesto, en los cuales si encestabas, te daban un premio. No sé cuánto dinero se dejaría en los intentos, pero el tema es que encestó el número suficiente de veces como para que yo pudiera elegir el regalo que más me gustara de la tómbola. Después de recorrer con la mirada todas aquellas muñecas que colgaban por todas partes, yo señalé a una muñeca fea y olvidada que estaba arrinconada en una esquina. Mis tíos dijeron: no! Esa no! Si es vieja y está medio rota! Yo, cabezota ya desde pequeña, volví a señalarla. Mis tíos intentaban convencerme: "Pero mira, si puedes elegir la que tu quieras. Mira qué bonita y qué nueva que es esta otra". Yo alegué, que cualquier niña iba a llevarse cualquiera de esas bonitas muñecas, mientras que nadie iba a rescatar a la muñeca de mirada triste, tan marginada y escondida como la tenían en aquella esquina. Sólo yo la había visto. Sólo yo podía sacarla de allí. Mis tíos no daban crédito y yo, creyéndome una heroína del bien, salí de la feria con esa horrible muñeca bajo el brazo (con la que, todo sea dicho, me cansé de jugar en dos días, ya que realmente era horrible;-)
Ahora que investigo temas como la igualdad de oportunidades, me pregunto: esa anécdota infantil, ¿podría considerarse una acción de discriminación positiva?
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