Insisto en que lo que más me enorgullece de mi país es el clima. Me he bañado en la playa a 24 de diciembre. El agua estaba muy fría, pero la belleza es más fuerte que el frío. Y el mar estaba tan increíblemente bonito... Además, me hacía sentir especial, por ser la única dentro del agua. Entonces llegó un hombre que rondaría los 60, con una bombona de oxígeno, que, bañándose tranquilamente a mi lado, me dijo: "qué valiente eres". Aunque es cierto que él llevaba neopreno y yo no, ¡qué valiente eres tú!, le dije. (Dentro del agua, se da por hecho que hay que tutearse). Me contó que se iba a investigar lo que había sucedido en el fondo del mar tras el desastre de los barcos encallados. También hablamos de por qué las medusas prefieren el verano, y de lo bien que estábamos ahora, este hombre y yo, siendo los únicos seres a la vista en toda la playa. Su sonrisa me transmitía mucha paz. Y pensé, nadie que en el día de Nochebuena venga al mar puede ser malo. Esto, lo traigo a colación por una conversación que tuve ayer con John Scott, al volver del Clandestino de swing en la plaza del Collado. Veníamos hablando de las sonrisas que tiene todo el mundo cuando baila. Y reflexionábamos que:
Somos lo que oímos
Somos lo que comemos
Somos lo que soñamos (tanto nuestros sueños/aspiraciones como nuestros sueños/subconsciente)
y también somos lo que vemos.
El mar actúa como terapia. Todo se soluciona mirando al mar.
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