Siempre he temido a la soledad por considerarla un encuentro con uno mismo. Hoy he pensado lo contrario: la presencia de alguien nos hace todavía más conscientes de nuestra presencia, puesto que no podamos estar ausentes. Pongo un ejemplo: un mal día, o simplemente un día muy largo; llegar a casa sin ganas de hablar. La soledad te permite evadirte y olvidar la propia existencia con cualquier medio audiovisual (ver una buena película, y mañana será otro día); o simplemente divagar en silencio, que es menos exigente que mantener una conversación. La presencia de otra persona te obliga a una interacción en la que necesariamente te encuentras contigo mismo, a no ser que consigas volcarte tanto en la(s) otra(s) personas hasta el punto de olvidarte de ti y de tus problemas. En este caso, las personas despempeñarían el rol de "película humana". Cine en directo, o cine en diferido. En cualquier caso, cuando el cuerpo pide opio, el problema no es ni la soledad ni la compañía. Ni ninguna de las dos es la solución...
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