domingo, 6 de noviembre de 2011
Autorretrato
miércoles, 21 de septiembre de 2011
Día mundial del Alzhéimer
Lola es mi abuela. Hace tiempo que no puede firmar ningún documento porque no recuerda sus apellidos. Hoy tampoco recordaba que mi abuelo murió hace 7 años. Por eso me explicaba por qué mi abuelo no volvía a casa. Porque el mundo es muy grande, y se había perdido...
21 de Septiembre, Día mundial del Alzhéimer.
jueves, 15 de septiembre de 2011
Ill-founded
De fundamento enfermo... Preciosa metáfora. ¿Quién dijo que el inglés no es un idioma rico?
miércoles, 14 de septiembre de 2011
Terapias
Cada cual tiene sus terapias:
- Agua, todo lo que tenga que ver con el agua: nadar, sumergirme en agua. En su defecto, ver el agua, ir a mirar el mar, un río, un lago, una cascada.
- Bailar, sin parar, hasta entrar en trance. Obedecer a la música. Dejarse llevar. No pensar. En su defecto, moverse y estirarse con algún tipo de ritmo. En su defecto, ver bailar.
- Concederse el capricho de no exigirse nada.
- Aprender algo nuevo, aprender a arar la tierra.
" Lo mejor para la tristeza- contestó Merlín, empezando a soplar y resoplar- es aprender algo" Es lo único que no falla nunca. Puedes envejecer y sentir toda tu anatomía temblorosa; puedes permanecer durante horas por la noche escuchando el desorden de tus venas; puedes echar de menos a tu único amor; puedes ver al mundo a tu alrededor devastado por locos perversos; o saber que tu honor es pisoteado por las cloacas de inteligencias inferiores. Entonces sólo hay una cosa posible: aprender.
Aprender por qué se mueve el mundo y lo que hace que se mueva. Es lo único que la inteligencia no puede agotar, ni alienar, que nunca la torturará, que nunca le inspirará miedo ni desconfianza y que nunca soñará con lamentar, de la que nunca se arrepentirá. Aprender es lo que te conviene.
Mira la cantidad de cosas que puedes aprender: la ciencia pura, la única pureza que existe. Entonces puedes aprender astronomía en el espacio de una vida, historia natural en tres, literatura en seis. Y entonces después de haber agotado un millón de vidas en biología y medicina y teología y geografía e historia y economía, pues, entonces puedes empezar a hacer una rueda de carreta con la madera apropiada, o pasar cincuenta años aprendiendo a empezar a vencer a tu contrincante en esgrima. Y después de eso, puedes empezar de nuevo con las matemáticas hasta que sea tiempo de aprender a arar la tierra."_ Tus zonas erróneas. W. Dyer.
Derecho a desaparecer
El derecho a desaparecer, como todos los otros, tendría sus límites. No se puede desaparecer si hay personas que dependen de uno de forma absolutamente necesaria. En ese caso, hay que aguantar el tipo. Pero si no causas un daño directo a nadie, entonces sí, tienes derecho a desaparecer...
Los Planetas. Desaparecer.
lunes, 12 de septiembre de 2011
"Lo que tienes, te tiene"
Quiero una palabra: la creo.
Por ejemplo, huella. Para mí huella tiene dos acepciones: una pasiva y otra activa. Activa, porque puedes dejar huella en alguien; pasiva, porque pueden dejar huella en ti.
"Huellada por esas manos trágicas,
abiertas a la nostalgia,
impregnabas en mí, recuerdos de fuego"
¿O por qué no esto?:
"Huellando caminos con pasos profundos
lacrando las vías errantes
con señales invisibles"
Huellar. Me he inventado un verbo. Ya tengo una palabra nueva, es mía. Sólo existe para mí. Sólo tiene validez en mi pensamiento. Es lo único que tengo, mis pensamientos. Pero entonces dicen los que meditan que "hay que dejarlos ir", "hay que dejarlos pasar", no aferrarse nunca a los pensamientos... Si dejo que se escapen, ya no los poseo. Y ya no tengo nada.
Solo así vuelvo a ser libre. Porque si nada tengo, nada me tiene.
miércoles, 20 de abril de 2011
Nada detiene a un movimiento
“Nada detiene a un movimiento cuyo tiempo ha llegado.”
Wihtol de Wenden, Caterine. ¿Hay que abrir las fronteras?
miércoles, 13 de abril de 2011
Miedo y muerte
Cada vez que emprendo un viaje pienso: ¿y si no vuelvo? Y lo que me da miedo es volver sin haber tenido derecho a la última palabra, a decir lo que no he dicho, a morir sin haber hablado.
Por eso mismo hay días en los que no temo a la muerte. Curiosamente son los días más felices, aquellos en los que reboso vida. Esos días en los que estoy tan extremamente feliz que, pese a que me daría pena morir en un día en los que la felicidad me incita a estar viva, no me importaría hacerlo porque todo está bien, porque moriría con una sonrisa en la boca, con las cosas bien hechas, sin dejarme nada en el tintero. Sería pues, un final feliz.
Cuando muera yo ya estaré muerta, y no sentiré. Lo único que temo es eso, morir habiendo dejado frases abiertas, puertas mal cerradas, mensajes sin responder... y marcharme sin poder decirle a la otra persona: oye, no pienses mal, no soy una antipática, no es que no quiera contestarte, es que me he muerto. No dejes para mañana...
Lo de la puerta mal cerrada viene por una reflexión de una amiga que me dijo: "nunca te vayas dando un portazo, por lo que pueda pasar después hasta que vuelvas, porque si no volvieses, esa sería la última imagen"... una puerta mal cerrada.
Mi abuelo me obligaba a darle un beso cada vez que me iba, aunque fuera a dar la vuelta a la manzana. Ahora lo pienso y me gusta. Al menos así nos aseguramos un beso. Tal vez debiéramos dar más besos, despedirnos más a menudo. Entonces no tendríamos miedo a marcharnos.
En mi caso, siento mucho más de lo que digo. Sin embargo no digo nada que no sienta.
Mi mayor miedo es ese, marcharme sintiendo tanto y habiendo dicho la mitad, queriendo tanto y sin haber dicho te quiero.
lunes, 11 de abril de 2011
Seis son multitud, o el porqué de los malentendidos
Punset dice que Unamuno decía que cuando se encuentran dos personas hay en realidad seis. La persona que uno mismo se cree que es, la persona que percibe el otro y la persona que realmente se es, lo cual multiplicado por dos, da seis. “Una cosa es lo que uno dice, otra lo que el otro entiende y otra lo que realmente se quería decir.”
Esto aplicado a la escritura sería: "una cosa es lo que uno escribe, otra lo que el otro entiende cuando lo lee, y otra lo que realmente se quería decir".
¿Alguien me ha entendido?
lunes, 4 de abril de 2011
Pasión y talento
viernes, 1 de abril de 2011
Palabras: siempre hay una primera vez.
¡Qué pronto olvidamos que siempre hay una primera vez! También con las palabras. Necesariamente tuvo que haber un momento en el que no la conocías. Personalmente, yo sigo el rastro de algunas. Como la magdalena de Proust, hay palabras que me trasladan al momento exacto en el que las escuché por primera vez. Y recuerdo que entonces no sabía lo que era. Y me sorprende... ¿cómo no podía saber lo que era? ¡Pero si es un concepto básico! ¡Qué sería de mí sin poder utilizarlo! Pero bueno, yo soy una freaky de las palabras, y a veces me paso. Todo esto no es tan trascendente. Aún así, continúo con el tema.
Nuestro cerebro se despierta ante lo desconocido. Como si tuviera un detector, mi atención se desvía hacia la nueva palabra, y me digo que tengo que buscarla. Suele suceder que no la buscas, pero se queda latente en alguna parte. Casi de forma mágica, esa misma palabra vuelve a aparecer tarde o temprano, y tu cerebro sabe que no es la primera vez que la escucha. También sabe que no la sabe. No hay dos sin tres, y la palabra vuelve. Esa es mi regla. Cuando una palabra aparece por tercera vez, te está clamando a gritos que desea ser buscada, que desea ser parte de ti, de tus conceptos, de tu vocabulario al uso. ¿Cómo negarle esto? No puedes.
Así aprendí el significado de epistemología, de propositivo, de carpetovetónico, de batiscafo, y un largo etc. La última, autopoiesis.
Por supuesto, todo esto me sucede también con las lenguas extranjeras. Tal vez mi regla de las tres veces vino de ahí, de esperar que una palabra en inglés se repita tres veces en el libro que estoy leyendo para que decida interrumpir la lectura y buscarla de una vez. Sí, creo que ahí empezó esta teoría.
La adquisición de una palabra también tiene sus fases. Primero te quedas con una definición de base. Luego la contextualizas, y vas perfilando sus contornos de significado. Ya casi la tienes de forma pasiva. Después, hay que dar el gran salto: introducirla en tu vocabulario activo.
La primera vez que la escribes, se te resbala de los dedos, quieres que caiga en el hueco que queda entre dos palabras. Y ahí la dejas, discreta, rodeada de compañeras, esperando que armonice con el resto y que nadie la señale con el dedo.
La primera vez que la pronuncias en voz alta la verbalizas con miedo: ¿la habré usado bien? Nadie protesta, nadie se extraña. Sigues adelante... ¿tan obvia era esta palabra que todo el mundo la ha entendido? ¡Con lo que a mí me ha costado!
La vergüenza de preguntar el significado de las cosas...