Teorías. Tengo la sensación de que conozco muchas teorías, ya sean inventadas por mí misma, o por otros. De hecho, las que me invento yo son fruto y condensación de las que he leído o aprendido de otros, sesgadas por mi propia experiencia.
Las que considero buenas, las divulgo, cuando pienso que pueden servirle a alguien. Me encanta enseñar lo que he aprendido, igual que me encantó aprenderlo cuando alguien me lo enseñó. Vivimos en base a eso: a la transmisión de todo tipo de conocimientos.
Hoy hablaba a corazón abierto con un amigo que de pronto me ha dicho: ¡pero Lola! ¡con lo que me gustaba tu teoría del otro día... y veo que tú no te la aplicas! Y efectivamente. Conozco las teorías y creo que son buenas y que pueden ayudar a los demás. Sin embargo, ponerlas en práctica conmigo misma es lo que más cuesta. Cuando "hago de psicóloga" con otra persona, funcionan. Cuando me las intento aplicar yo... no tanto. Por eso necesitamos que otra persona "haga de psicóloga" y nos dé un consejo, o una teoría que poner en práctica.
Y esto me ha hecho pensar que sucede exactamente lo mismo que con un masaje: cuando te dan un masaje, te cura o te relaja, pero cuando te lo intentas dar a ti misma... no es lo mismo. Los masajes hacen su efecto cuando te los da alguien desde fuera. La psicología que nos hacen nuestros amigos (profesionales o no), son pues, un masaje mental.
Pues bien, hablemos y démonos masajes mentales los unos a los otros, porque a todos nos puede hacer bien, ya sea en la cabeza o en el cuerpo, que "nos echen una mano".